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“Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.

Mateo 25:40

¿Cuántas personas que leen este blog han pasado hambre, pero literal, abrir los ojos y no tener nada, absolutamente nada de comer?

Espero con todas las fuerzas del corazón que la respuesta sea cero. 

Los números oficiales según el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU, hoy en día hay aproximadamente 925 millones de personas desnutridas en el mundo, estiman que al menos una de cada seis personas no tiene alimentos suficientes para estar saludables y llevar una vida activa. Es una realidad conmovedora, por no decir menos, ¿no?.

Entre muchas de las causas que van mucho más allá de programas de gobierno, políticas de salud pública, desigualdad y discriminación social, desempleo, informalidad, el cambio climático y la guerra, está también el desplazamiento forzado, realidad que nos toca como país y ahora con la situación cercana de Venezuela, como región.

Hoy tenía ganas de compartirles un contenido divertido sobre el amor, algo «light» aprovechando que es el mes del amor y la amistad, pero luego pensé que no hay mejor manifestación del amor y de nuestra sensibilidad como seres humanos que la compasión.

Por eso esta entrada de hoy, es un grito de auxilio, que muchos en condición de pobreza extrema, nos están dirigiendo a nosotros que lo tenemos todo para no voltear la mirada ante la necesidad de los demás.

En estos días he estado conociendo la realidad lejana, muy lejana, de la población migrante vulnerable, he organizado información que ellos proveen a sus ayudadores en donde les permiten exponer sus ideas de mejora y en algunos casos utilizan este espacio para describir su situación y suplicar que se les dé una mano adicional en muchos aspectos básicos, cosa que me ha puesto a pensar mucho y a reflexionar, no sólo agradecer por lo que tenemos (que igual es un ejercicio valioso), sino también ponernos en la tarea de ayudar, el cómo es el reto y ya depende de cada uno. 

Una manera fácil de empezar es entre todos ayudar a aniquilar a la enemiga, la chismosa, la que les hace la vida imposible a muchos: la xenofobia.

Sí, debemos anularla de nuestro diario vivir y actuar, de nuestra forma de expresarnos de y hacía los demás, sé que algunos consideran que existen “motivos” de peso para tener un rechazo marcado y directo hacía la población venezolana que está pasándola muy mal en nuestro territorio, algunos de los cuales han hecho quedar mal su nacionalidad, pero la gran mayoría personas humildes, sencillas, buenas, con un sólo objetivo: sobrevivir. 

Es que la situación es tenaz, de verdad, es un caos, es un Apocalipsis sin precedentes. Lo primero que debemos entender es que los más de 1 millón 825 mil venezolanos que están en el país, no están aquí porque Colombia sea como “el sueño americano”, están aquí porque no tienen más opciones, ¡PUNTO!. No entraré a discutir si las personas que llegaron son las que estaban subsidiadas en su país, si son flojos, si son los menos educados o alguna de las mil descalificaciones que he oído por ahí y que seguramente alguna vez por ignorancia pude haber dicho. Simplemente es una invitación a pensar que están aquí porque no pueden morirse de hambre, porque necesitan vivir, porque sus hijos no pueden desaparecer en sus brazos sin haberlo intentado todo, aunque esto exija caminar por días con sed, sin leche que darles, sin nada que ofrecerles. Están aquí no por placer, están aquí enfrentándose a problemas graves, muy graves,

problemas que a mí personalmente me angustian, me ponen triste, me ponen la cabeza a mil, problemas de nutrición de sus niños, sin educación para sus pequeños, sin un techo donde pasar las noches heladas, sin derecho a un baño, sin derecho a que les duela nada porque no tienen un sistema de salud que los cobije, sin permisos de trabajo, con situaciones psicológicas fuertísimas, con ganas de hablar con alguien que los escuche, sin vestido para cubrirse, entre muchas situaciones que ni por la mente se nos pasan a nosotros. 

Este no es un artículo para entender la situación de ellos o el porqué de su crisis, ni si merecen o no algo, es más una invitación a hacer un STOP en nuestro pensar y sentir, dejar de juzgar, dejar de discriminar, intentar por difícil que sea, ponerse en esos zapatos (a veces inexistentes), esforzarnos a mostrar nuestro lado más humano en situaciones que lo requieren, situaciones donde más debemos revelar de qué calidad estamos hechos y dejar de lado nuestras falsas concepciones de la realidad de los demás, nuestros pensamientos egoístas, mezquinos, arribistas, nuestros odios sin fundamento propio, entender que algún día fuimos (o podemos ser) quienes necesitaron un apoyo, animarnos a ser la generación de la psicología millennial que ayuda, que somete sus propios juicios por el bien de los demás, porque no somos nosotros en tierra quienes juzgamos.

Entender que no hablamos de números, hablamos de seres humanos, niños, niñas, mujeres en estado de embarazo, adultos mayores, que merecen ser tratados con dignidad, así que no es momento de dar la espalda y entender que para extender nuestras manos y ayudar no se puede diferenciar entre nacionalidades, sexo, raza, religión u orientaciones políticas, hablamos de seres vivos como nosotros a los que nuestra misma humanidad nos exige ayudar, se nos está demandando demostrar nuestro amor por el prójimo sin importar nada más, ¿cómo vamos en esa prueba?.

Ahora, muy lindo todo esto pero ¿cómo ayudar?

Pues no lo sé.

Desde mi punto de vista muy personal, creo que pequeñas cosas multiplicadas por muchas personas hacen la diferencia,

entonces yo diría que con buenas y sencillas prácticas uno puede al menos sacar una sonrisa en medio de una realidad más que hostil. Ejemplo de esto podría ser, siempre mantener agua, galletas, dulces, pañales, ropa de bebé, lo que quieran a la mano, por si ven a alguien que lo pida, a las personas que gritan en la calle de nuestros edificios pidiendo algo, a quien quieran. No siempre se ayuda con dinero, la ropa que sacamos podemos compartirla con estas personas en situación de calle, zapatos, tapabocas, etc. Lo que se les ocurra puede hacer la diferencia, no le cambia la vida ni a ustedes ni a ellos, pero en algo emocionalmente puede servir, seguro puede ser un respiro de aliento para seguir adelante, para quitar pensamientos miserables, ¡sí!, ustedes pueden ayudar y de paso aumentar sus endorfinas que se elevan de forma natural cuando nos sentimos bien con nosotros mismos al ayudar a los demás.

No dejemos que nos ganen las excusas. 

“Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que peregrine entre vosotros; y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo, Jehová, vuestro Dios”.

Levítico 19:34

 

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