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II

Los besos continuaban, la luz de la mañana empezaba a asomarse mientras las caricias se hacían eternas, era dulce, extremadamente dulce. Aún así los ojos de Rebeca se abrían de vez en cuando para observar a Vicente y poder descifrarlo, o al menos intentarlo. Él mientras tanto mantenía sus ojos apretados disfrutando placenteramente el momento, ella sin más preámbulo decidió tocarlo, pero Vicente al sentir la mano en su entrepierna, abrió los ojos y la detuvo. Sí, este hombre con temperatura tibia y cálida, se negaba a desvestirla, se negaba a besarla sin ritmo, simplemente la invitaba a descansar en su hombro. 

A cambio de romper su celibato momentáneo, abrieron sus corazones, hablaron de sus esquemas familiares, tenían mucho en común, su padre lo había abandonado siendo muy pequeño, su hermana menor y él habían tenido que crecer junto a su madre y una figura autoritaria, su abuelo materno, quien lo había motivado a estudiar medicina, y había costeado todos sus estudios. Su padre había engañado a su madre con otra mujer, con la que aún convivía y eso era lo único que sabía de Francisco, su ausente progenitor. Hablaron durante horas, quedaba desnudo no precisamente su cuerpo como quería Rebeca, pero si parte de su alma, y esto la había saciado de otra manera, la dejaba satisfecha. Dejaba ver que era un buen hombre, con algunos vacíos, pero su madre había hecho un gran trabajo. Era además un gran cocinero, desayunaron y mientras lo hacían seguían conversando. La velada había terminado, comenzaban turno nuevamente en el hospital, debían descansar, Vicente la dejaba en su puerta sana y salva.

En los pasillos del hospital, las enfermeras y el personal en general ya hablaban del amorío, el vínculo iba creciendo y así mismo iba siendo más evidente. Era época navideña y Rebeca había planeado un viaje de descanso, por unos días iría a Italia con su familia, que venía de Bogotá. Vicente por esos mismos días viajaba a Cartagena a festejar su cumpleaños, a un festival de música al que su hermana le había insistido acompañarla. Justo antes de tomarse estos días, Vicente invitó a cenar a su apartamento a Rebeca, para despedirse, no habían pasado tantos días desde el primer beso en la fiesta laboral, pero habían tenido momentos intensos y de complicidad, se entendían. 

Esa noche Rebeca ya no tenía expectativas, pensaba simplemente en disfrutar la cena, la velada, alejaba de su pensamiento cualquier deseo que la hiciera quedar nuevamente en desventaja frente al doctor encantador.

Quitarse el traje quirúrgico normalmente no la alegraba, pero esta vez era diferente, disfrutaba arreglarse para verlo en otro ambiente diferente al de los pacientes, bisturís, batas, y anestesias. Llevaba puesto un vestido que prácticamente no había estrenado, con su chaquetea de cuero vieja que no cambiaba por nada y tenis, era sencilla, no requería mayor esfuerzo; su pelo natural suelto con ondas del mar y sus labios gruesos color cereza de nacimiento. Suficiente.

La puerta del apartamento estaba abierta, Vicente la invitaba a seguir con un grito desde la cocina, ella olía su perfume desde allí. Cuando la observó quedó sin palabras, un beso caluroso de bienvenida la hacía sentir cómodamente feliz, más los elogios que con palabras algo obscenas la hacían sentir más atractiva que nunca. Estaba lista. Quería sentirlo, tocarlo, verlo… Se sonrojaba sólo con mirarlo y él lo sabía, él tenía el control. 

Era perfecto, la comida deliciosa, más porque él la había preparado; Vicente también estaba delirante, tenía una camisa blanca, perfectamente limpia, sin una arruga, era meticuloso, se le notaba, su pantalón negro ajustado no sólo resaltaba sus piernas largas y fuertes, su olor era elegante, sutil pero masculino, no tenía puestos sus lentes con los que solía operar. Esta noche era Vicente, no el doctor más imponente sino el hombre seductor con el que más de una soñaba.

Cenaron, hablaron, se reían, los dos tenían buen sentido del humor, coqueteaban, se entendían. Él tenía esa mirada, la quería para él. Se tomaron unos tragos, disfrutaban la música, bailaban, se besaban, Rebeca intentaba poner su mente en blanco, necesitaba controlarse pero los brazos de Vicente cada vez la envolvían más, él la besaba en su frente, en sus ojos, ella se dejaba llevar, no estaba tan conversador, estaba concentrado en hacerla sentir el calor de sus labios, quería tocarla, sus manos iban y venían, la consentía, tomaba su pelo con ternura, luego lo alternaba con fuerza, un pequeño jalonazo la hacía entender que su anhelada noche estaba por ocurrir. 

Él era fuerte, la alzaba, la subía y la bajaba sin esfuerzo, contemplaba sus curvas a medida que la iba desnudando muy despacio, se daba cuenta lo que estaba oculto debajo del uniforme, era exótica, era perfecta, era imperfecta, estaba completa, estaba incompleta, era simplemente hermosa. Se dejaban llevar en este baile sincronizado, no existía el tiempo, querían rendirse el uno al otro, no se esforzaban, no fingían, era genuino, eran buenos amantes. La noche terminaba abrazados, cansados, el uno sobre el otro.

Estaban mejor que nunca, ya el lazo era diferente, ahora el gusto mutuo incrementaba, las ganas de arrancarse la ropa eran constantes, aprovechaban la cercanía del apartamento de Vicente y el hospital para inundarse de placer en cada momento que tenían libre. Llegaban los días de vacaciones, durante esos días en los que no se vieron hablaron todo el tiempo, dos semanas en las que pudieron meditar en lo que empezaba a formarse.

Mientras pasaban las vacaciones, en Milán, Rebeca pensaba solamente en volver al quirófano, quería operar, extrañaba la adrenalina de su diario vivir. Ser una adicta al trabajo ahora se complementaba con el deseo de estar en compañía de Vicente, con quien muchas veces compartía su destreza en la sala de operaciones. Los días pasaban, los encuentros cada vez tomaban más confianza, los disfrutaban más, él estaba pendiente de ella, ella de él, no se veían tanto como quisieran pero los momentos cortos que compartían, los unían.

Dos meses después, Rebeca cumplía años, Vicente organizó junto a Patricia, neurocirujana y mejor amiga de ella, un viaje de fin de semana para celebrar, eran 4 parejas con quienes se divirtieron, se alejaron por unas horas del estrés que les provocaba el debate entre la vida y la muerte que diariamente tenían en sus manos. Todos estaban dormidos, pero Rebeca y Vicente seguian tomando vino en la madrugada, hablando sin parar, él la tenía en sus piernas y ahí le pidió que tuvieran una relación de pareja, quería compromiso, quería tenerla para él. Ella aceptó, lo quería, ahora era oficial.

Y aquí comienza la montaña rusa de emociones y sentimientos…

III

4 Comments

  • Rosana dice:

    Me encanta como escribes, te admiro.
    Esta historia me atrapó completamente, me imaginé exactamente a cada uno de los personajes y pude sentir muchas cosas mientras leía cada palabra. Y bueno, me enamoré de VICENTE.

    • Lina Bustamante dice:

      Gracias! gracias! gracias!
      La idea es esa que lean y puedan recrear la historia en sus mentes! no hay nada más potente que la imaginación.

  • Johana López dice:

    Me Encanta!!! 🤩
    Muchas partes de la historia, me hacen recordar mi historia de amor bonito con quien es ahora mi esposo, compañero de trabajo, amigo y amor de la vida. 😍

    Lina, me encuentro totalmente atrapada e identificada con lo que se lleva de la historia…. ansiosa por el desenlace de la misma y me tienes maquinando múltiples finales.
    Cuál de todos será??

    • Lina Bustamante dice:

      Ya mañana sabremos algo más! posiblemente alguno de los que te imaginas puede ser…
      Gracias por engancharse, por sacar esos dos minutos de tu tiempo!
      Es impresionante el apoyo que me han dado.

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